El día de ayer tenía que atravesar la ciudad para llegar a una cita a las 9 de la mañana. La Ciudad de México por la mañana puede ser todo un enigma en lo que se refiere al tráfico.
Dos horas de anticipación suena razonable en una megalópolis como la nuestra y ¿porqué no? echar mano de una herramienta como Waze para no errar el camino y aprovechar las recomendaciones para esquivar a toda costa un embotellamiento. La meta era clara, llegar puntualmente y con tiempo para encontrar estacionamiento. Mi motivación estaba en no perder tiempo para sacar todo provecho de la entrevista que le haría a la persona de la que estaba deseosa por conocer y aprender de ella a las 9 de la mañana. La decisión inmediata sin dudar fue “hacerle caso al Waze”.
No pensé en el costo, no revisé la ruta trazada y cuando me percato, estaba ya en un camino lleno de baches (cosa extraña en nuestra ciudad en tiempo de lluvia), en un entorno triste, gris, desolado, con casas a medio construir, con techos de lámina. Cuando estaba a punto de cruzar por un rio de aguas negras, veo que parecía más una ¡cascada! que un canal. Un camino de dos vías por calles empinadas y transporte público pasando a milímetros de mi coche. ¿Qué pasaría si se me poncha la llanta en un lugar así? ¿y si se descompusiera el coche? ¿si me quedo sin señal de internet? ¿si me asaltan? ¡Qué susto! No quedaba más remedio que continuar “obedeciendo” al Waze.
A todos nos puede pasar, justo esto mismo y más delicado aún, cuando se trata de decisiones más importantes en nuestra vida; la elección de pareja, de carrera, un nuevo embarazo, un camino de Fe. No es suficiente conocer la meta, tener un sueño claro,… las prisas, lo urgente, el poco tiempo disponible, el miedo, pueden conducir nuestro camino a lugares que desconocemos. ¿Dónde quedan nuestras decisiones? ¿se las dejamos a alguien más? Y al ir avanzando perdemos de vista el costo que estamos pagando, esas consecuencias que no veíamos, que ni siquiera vislumbrábamos.
Toda decisión requiere evaluar alternativas, revisar rutas, investigar el camino, preguntar a quien se cruza en mi vida, confiar en la preparación y conocimiento que ya poseo, en mi intuición y echar mano de esas herramientas. Revisa las herramientas que tienes (como el Waze), revisa lo bueno que ofrece y dale click a la opción de “redireccionar”. Al final, yo seré dueño de mis decisiones en la medida que este proceso sea un hábito en mi vida, así lograré responder con más claridad a lo que venga. Aún así, cuando me haya equivocado, sabré ubicar el error en el proceso y retomar el camino, sin echar culpas y asumiendo así el rumbo de mi vida. De lo contrario seré de los que dicen: ¿la culpa la tuvo el Waze?
Mari Carmen Alva
Instituto IRMA
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