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¿Hace cuánto que no vas al dentista?

Desde pequeña tenía temor por acudir al dentista, prefería ocultar una caries con tal de no escuchar el ruido aterrador de la “fresa” ese aparatito que al girar quita el sarro o hace perforaciones. Me provocaba tanto miedo que, en más de una noche, incluso, llegué a soñar que me quedaba sin dientes y lo que es peor, envidiaba a mi abuelita por tener dentadura postiza. Ahora que asisto por mi propio pie y convencida de que lo necesito, evoco esos momentos de la infancia.

No puedo dejar de reflexionar lo que significa para mi esta nueva etapa en que después de años, regreso a poner atención en mi salud dental y confirmo que esperar tanto tiempo tiene un precio alto. Pues bien, hoy al estar tumbada en la silla del dentista, llegué a experimentar un dolor, que percibo es el más grande que he tenido en mi vida. Sin embargo, fue un dolor físico que pasó después de unos minutos, gracias a que alguien inventó la bendita anestesia, en esos minutos me di permiso de pensar sobre ¿cómo pude dejar de ver mis dientes tantos años? lo fácil que fue no determe a pensar en que, si no acudía simplemente a tener una limpieza profunda, algún día “pagaría el precio” y el precio lo estoy pagando.

En esos minutos “de terror”, pensé en que solo el paciente es quien puede decir lo que siente y si tiene dolor, nadie puede cuestionarlo.

Pasaron minutos porque la “doctora” no aceptaba que debía detenerse en “su proceso” para ponerme un poco (o un mucho más) de anestesia, porque yo no “debía”, -a su juicio-, tener dolor en esa parte de mi muela, porque las radiografías y ella señalaban que todo marchaba bien. Lo que al final, saltaría a luz era la necesidad de una endodoncia porque el nervio (que no se veía a simple vista en una radiografía) estaba inflamado y con daño. Finalmente, la solución estaba en escuchar al dolor (mensajero de la noticia de que algo más profundo pasaba), sumarle anestesia y obtener como resultado alcanzar la meta deseada: terminar la sesión exitosamente.

Cuánto aprendizaje de una experiencia tan desagradable. ¿por qué dejamos pasar tanto tiempo para atender una necesidad tan evidente como una muela que al cepillarme sangra? ¿por el recuerdo de algún dolor en nuestra historia? ¿Por qué no tengo tiempo? ¿Por qué para eso no tengo dinero? Y si eso pasa con nuestros dientes ¿qué pasará con las heridas que llegamos a guardar en el corazón? ¿El tiempo las curará? Si no las veo ¿desaparecerán? Si dejo de buscar respuestas, si no lloro, si no lo hablo ¿dejare de sentir? ¿seré más fuerte?

El tema del dolor y atender al mensaje que trae consigo, es parte fundamental en nuestra vida, no solo para las heridas en nuestro cuerpo, sino también para las heridas en nuestra historia, en nuestro corazón, en nuestro pensar y sentir. El dolor existe, debemos identificarlo, validarlo, quien lo experimenta es quién puede referirlo para que pueda ser revisado y atendido siempre en la medida de lo posible, de lo que es mejor para la salud integral de la persona. Hay profesiones que nos ayudan en la materia dental, los especialistas en odontología y en la salud mental, la psicología se apoya en el área clínica y sus especialidades. Acudir a terapia por ejemplo no debiéramos verlo como “el último recurso” a “de plano estoy tan mal, que mejor voy a terapia” o bien el extremo de “¡ni que estuviera loco para ir a terapia!”.

Hay que cambiar paradigmas, alejarnos de los mitos o creencias que nos estorben para el crecimiento o desarrollo integral de nuestra persona. Toda persona merece ser vista y atendida en sus necesidades y heridas de toda naturaleza, porque tenemos una dignidad y un valor sobre todo lo que existe en este mundo; somos únicos, valioso, merecedores de buen trato y amor.

Mari Carmen Alva

Instituto IRMA

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