Hace algunos días mi terapeuta me abrió los ojos a una máxima que jamás había contemplado:
Todas las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida, fueron resultado de lo que consideré lo mejor para mí en ese momento
Estás simples palabras han desatado un torbellino de emociones, alivio, lágrimas y autoconocimiento que no pensé encontrar tan pronto en mi proceso terapéutico.
Con treinta y tantos años de edad, me encuentro en una posición que no me satisface ni me llena y, por supuesto, las quejas hacia mí misma han sido por demás terribles. Si alguien más me dijera lo que yo misma me he repetido incansablemente, probablemente le consideraría un ser terriblemente inhumano.
Una lluvia de “tonta”, “lo arruinaste”, “no debiste”, “te fuiste por lo fácil”, “te lo buscaste”, “te lo mereces” me ha amedrentado por años mientras yo simplemente asiento y, con actos, afirmo y ratifico “sí, me lo merezco. Todo esto que odio, me lo merezco”.
Qué ganas las mías de hacerme tanto daño. Cuán absurdos han sido mis días con el mazo en la mano y yo misma recibiendo el castigo. ¿Por qué resulta tan fácil autoflagelarse con pensamientos que ni mi peor enemigo recibiría? ¿De dónde nace tanto odio hacia mí misma?
La respuesta es simple, de no recordar.
No recordar, con la misma intensidad que me reclamo, todo aquello que hoy me mantiene viva, libre, capaz, fuerte y esperanzada por el futuro. Porque cada momento, cada decisión, cada paso que he dado, me han llevado a lo que soy hoy y soy más que todo lo que recrimino. Sólo hace falta girar la mirada a la esquina luminosa en mi mente que lucha por replegar la oscuridad que insiste en reinar, ahí está lo bueno, lo valioso, lo que realmente soy.
Ahí vive el recordatorio de que soy el resultado de hacer lo que fue mejor para mí en su momento. Ahí habita la paz conmigo misma y la palmadita en la espalda que me recuerda “no fue un error”. Ahora sigue la lucha por lograr que sea la luz la que reine, comienza una emocionante travesía.
El camino es largo y lo puedo vislumbrar accidentado, pero hoy estoy alimentando en mí una mujer tan amable, tan tierna y tan cuidadosa de sí misma, que casi tengo la certeza de salir avante en la aventura. Hoy, por fin, dejo de arrepentirme y comienzo a perdonarme.
Victorial Del Castillo.
Instituto IRMA
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Comentarios
No cabe duda, nosotros somos nuestros jueces más duros. Pero si le bajamos un poco el volumen a esa voz tan crítica y le damos espacio a esa voz compasiva, que estoy segura todos tenemos, podemos encontrar SIEMPRE cosas buenas en cada situación, por difícil que parezca.