Mamá:
He estado pensando esta carta hace mucho tiempo, pero de manera más intensa desde que recibí la noticia de que viene en camino mi nieto, ¡¡¡se está cocinando!!!, y primero Dios nacerá en septiembre.
También se acrecentó mi deseo desde que junto con Mariza, mi amiga y colaboradora de SOPHIA, preparamos y realizamos el webinar la “Mamá de mi mamá”; creo firmemente que las estrellas se alinearon para que en este momento me encuentre frente a esta hoja en blanco pensando que mucho de lo que me detenía era que no quería que mis palabras se pintaran de dolor e injusticia al hablar de esta relación, madre e hija, tan humanamente imperfecta y maravillosa como ha sido la relación contigo, mi mamá.
Relación que tampoco quiero mostrar ideal, creo que no sería auténtica, quiero mostrarla lo más apegada a como hoy la siento y pienso, lo cual advierto que puede ser muy poco exacta a lo que realmente pasó… pero es lo que tengo en mi corazón.
Pues sí, la relación contigo fue muy difícil, con momentos o situaciones vividas en ausencia de ti, que sé que no fue intensional; sin embargo, marcó mi infancia. Lo que entendí hasta que fui a la universidad a estudiar psicología y después de muchas horas de terapia y lágrimas derramadas en los brazos de mi compañero y amor de mi vida, al que quiero decirle: “Gracias, después te escribiré una carta también amor.”
Nuestra relación, se tornó ambivalente y conflictiva en la etapa en que formaba mi propia identidad, la cual vivimos en medio de contiendas, enojo, gritos, desconfianza, rebeldía y tristeza; pero también de amor, cuidados, preocupación, obediencia y servicio.
Hoy puedo decirte en el inicio de mi tercera edad cuando te encuentras en el ocaso de tu vida, solamente dos palabras: ¡Gracias mamita!
Gracias por lo bueno y malo que me diste durante nuestra larga y cercana relación madre-hija, en la que naturalmente te tocó jugar conmigo el papel de mamá y por azares de la vida también la he jugado para ti, más ahora, que con tanto dolor veo que tu mente y tu cuerpo se van deteriorando más rápido de lo que quisiera y dolorosamente lento para ti porque ves pasar los días muy quieta, en esos 2 metros cuadrados de tu cama, donde con tu maravillosa inconsciencia todavía desea que cuando camines vas a ir a comprar estambre para tejer o a conocer y estar en la casa de tus nietas y de tu hija “pequeña” que se fue a trabajar lejos, que extrañas cada día y que eres tú quien más comprende y sabe que se le aprieta el corazón por estar lejos de sus hijos.
Me dices que quieres tejer algo para tu nuevo bisnieto, el cuarto de ellos, cuando tu pulso y tu vista mejoren. “No te preocupes mami, aunque no lo recuerdes, ya les has tejido muchas chambritas a todos esos bebés que Dios nos tiene de regalo, desde siempre”.
No sé si todo esto que estamos viviendo, sea justo o no, confieso que a veces me pregunto ¿qué sentido tiene?… y pienso en lo injusto que es, aun así, en muchos momentos vislumbro un sentido ante tanto sufrimiento. Quizás, para calmar mi espíritu medito que, si pudiera evitarte tanto dolor no desearía estarlo viviendo, pero agradezco la gran oportunidad que Dios me está dando de acompañarte en estos momentos y de estar tan unidas.
El sentido del que hablo a pesar de tanto sufrimiento se devela ante mí, día a día, en cada abrazo que nos damos espontáneamente, recostarme en tu regazo y me acaricies el cabello como lo hacías cuando veíamos televisión y dejabas de tejer o zurcir calcetines, cada uno de los momentos que nos besamos hasta que te desesperas y entonces solo los gesticulas con tus delgados labios, que me tomes el rostro con tus manos temblorosas y me digas que soy muy bonita y que me quieres, que momento tan sublime, cuando me expresas con voz angustiada que me agradeces que te cuide y que por favor no te deje sola.
Mami, he sentido tu orfandad con gran dolor y ternura, no encuentro otra forma de expresarlo en estos momentos en que la vida naturalmente nos ha cambiado los papeles, he sentido tu gran dolor e incertidumbre porque no comprendes pero aceptas con la fe de tus mayores, que dos de tus cuatro hijos, por los que has dado tu vida, se hayan adelantado en el camino produciendo en ti el dolor de los dolores, el dolor innombrable de despedirlos, cuando guardabas la esperanza que en este momento de tu vida ellos dos te acompañarán junto con tus dos hijas, tus nueras, yernos, tus nietos, bisnietos y mi padre desde mi corazón… tu familia, tu refugio.
Por todo esto, más lo que no he podido decir, creo que una mano divina me dio esta oportunidad, que a veces agradezco, pero de la que a veces ante ÉL me revelo, pidiéndole fuerza y capacidad de abrazar para corresponder y reparar esta tan imperfecta relación que he tenido contigo madre, sin culparte de nada, sino comprendiéndote, amándote y aceptando con todo mi ser todo el amor que me has regalado y ahora al fin… me estás expresando desde la madre maravillosa e imperfecta que has sido y que ahora te das permiso de ser.
¡Gracias Mamá por tanto amor!
Tu hija, que lo será por siempre y que solo por un tiempo juega el rol de la mamá de ti, mamá.
Ma. Teresa Zavala Bonachea.
Instituto IRMA
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Comentarios
Tere muchísimas gracias por compartirnos una carta tan real, sincera, personal y emotiva. Gracias por tu gran corazón y abrir tu experiencia a través de estas palabras! Tuve la gran fortuna de acompañar el ocaso de la vida de mi abuelita, mi segunda madre, comprendo y me identifico en este proceso tan complejo para nuestros seres amados y el proceso de la familia que nos toca estar a su lado. Qué gran oportunidad de vida.