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Cuando te amas, amas.

Mi paseo ciclista tempranero detonó pensamientos guardados y me ayudó a unir lo que recién conversé con una querida amiga sobre lo que acababa de leer en un libro.

Platicando con ella sobre las tan anheladas vacaciones, ¡en tiempos de pandemia!, me contó lo que solía decir un afamado periodista en su programa de noticias, cada vez que se ausentaba: “me voy de vacaciones, ya saben, por la familia”. ¡Ah, Caray! Muy loable; claro que el fin las justifica, tomar vacaciones en aras de la unión familiar, pero ¿por qué no decir “porque lo necesito y seguramente lo disfrutaré en familia”?

Edith Eger, en su libro En Auschwitz no había Prozac, comenta que desde la infancia solemos buscar ganarnos las tres aes: atención, afecto y aprobación, lo que es natural buscar cuando somos muy pequeños, por lo frágil de nuestra condición, sin embargo, con el transcurso de los años nuestra tarea es otra.

La tarea de descubrirnos, crecer en autonomía, libertad, responsabilidad, valorarnos, en pocas palabras; ir puliendo el diamante en bruto que cada uno somos. Amarme, pase lo que pase, permitirme cometer errores -sin percibirme como poca cosa-, abrirme al aprendizaje, a transformarme, entusiasmarme con ello y disfrutarlo. Será esta la mejor manera de honrar mi propia vida y dejar a este mundo la herencia que me corresponde: mi mejor yo. Con este aprendizaje que me comparte la lectura de la doctora Eger, me recuerdo a mí misma, y te invito a ti que lees estas líneas, a que solo te compares contigo mismo, con tu yo de ayer y tu hoy; que tu lucha sea por descubrirte, aceptarte, mejorarte y vivir el presente agradeciendo tu vida.

Amar es agradecer tu existencia como valiosa y única, lo que redundará, en consecuencia -como en automático-, en reconocer a los demás como valiosos y únicos. Así celebraremos habitualmente, con más sencillez, la alegría de nuestros logros y los de los demás.

Muchas veces nos encasillamos por culpa de las expectativas y de la sensación de que tenemos que desempeñar un papel o función específicos. Y fácilmente llegamos a olvidarnos de quiénes somos, de cuidarnos, de querernos. Por lo que “perder el tiempo” e invertirlo en pasar momentos en silencio, a solas, vigilar nuestra salud, ejercitarnos, pasear por la ciudad o disfrutar de la naturaleza será el mejor regalo que nos demos. Nos permitirá ubicar si estamos buscando cumplir expectativas, realizando metas personales o respondiendo a un papel que hemos permitido se convierta en nuestra “identidad” a manera de máscara. Podremos, con el tiempo, descubrir -como lo menciona La bailarina de Auschwitz-, un nuevo sistema para generar amor y conexión, uno que dependa de la interdependencia y no de la dependencia, del amor, no de la necesidad. Con lo que nos estaremos amando a nosotros mismos y, por consecuencia natural, abriéndonos cada vez más a un auténtico amor hacia los demás.

Mari Carmen Alva

Instituto IRMA

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