¿Qué perdí al sanar?
En términos materiales: Nada
En general perdí mucho:
El miedo a hablar del aborto.
El rencor que sentía.
El dolor por mis hijo(s) no nacido(s).
La angustia por el futuro.
El miedo a todo lo relacionado con bebés.
¿Qué gane al sanar?
Seguridad.
Amor a mí misma.
Tranquilidad.
Claridad en mis pensamientos.
Motivación y alegría por hacer cosas.
Confianza en el futuro.
Paz conmigo misma y con mis hijos no nacidos.
Voluntad para no claudicar.
Aprendizaje de mis errores.
Autoconocimiento.
Recuperé el amor por mí y por los demás.
Llegué sintiéndome como una pelota de estambre despeinada, llena de nudos, inerte.
IRMA me acogió con tierna amabilidad, firme respeto, abierta escucha, inagotable paciencia y profunda comprensión; dándome la oportunidad de ser escuchada y entonces, poco a poco desenredarme y desahogarme.
Hoy sé que estoy viva, que quiero vivir y que no estoy sola.
Me llevo la confianza en mí y mis ganas de vivir.
Que Dios bendiga a IRMA pues “el Reino de Dios se realiza en la restitución de la vida en plenitud”
Ha pasado algo curioso. Me he abierto a compartir mi experiencia con otras personas cercanas, como un ejercicio de poder hablar de lo que me pasó. Y en casi todos los casos, ellos mismos han pasado por una pérdida igual o conocen a alguien cercano que la ha pasado. En el caso de las mujeres, comparten la misma cicatriz en el alma que yo. Y supe por ellas lo terrible que la pasaron los hombres, aunque pareciera que no deberíamos sufrir la pérdida tanto como una madre. Pero esto no es así. Por cada mujer que aborto hay un hombre que perdió su paternidad.
¿Dónde están esos hombres? Guardando silencio, viviendo la pena en lo privado, temblando con la puerta cerrada, todos afectados por igual. Algunos lo entierran y deciden no atender su dolor y su pena. Pero nadie puede escapar del vínculo entre un padre y un hijo.
Tras un aborto queda un enorme vacío. Se puede trabajar en superarlo, aprender a vivir con ello, pero nunca llenarse con otra cosa. Es una pérdida irreparable.
De vez en cuando el dolor me embiste como una poderosa estampida. Me inunda el horror, la tristeza y la soledad de perder a un hijo, todas de golpe. El dolor viene desde adentro, como si dentro del corazón hubiera otro, más profundo y más grande.
Sigo trabajando día con día en el largo camino de perdonarme, estoy regresando a ser una persona feliz.
Pedir ayuda es la clave para iniciar este camino arduo de auto restauración. Nadie puede caminarlo por ti, nadie puede entenderlo por ti. La terapia resulta un acompañamiento fundamental. El camino puede tornarse oscuro y la compañía de IRMA es la luz que pude alumbrar tus pasos.